Pandemia y cuarentena. Una mirada filosófica.
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Pandemia y cuarentena. Una mirada filosófica.


 

En este episodio quiero que pensemos sobre un tema que nos está afectando a todos, no hay quien se salve: la pandemia, que nos ha traído una cuarentena.

La pandemia nos ha obligado al encierro, y el encierro, nos ha recordado un par de cosas bastante importantes, veamos algunas reflexiones al respecto.

Por un lado, el coronavirus o COVID 19, representa la amenaza de un virus que puede terminar de forma inmediata con nuestra vida, nos recuerda nuestra mortalidad. La pandemia nos obligó a recordar que somos seres mortales, que nuestra vida tiene un fin, aunque no queramos aceptarlo. La idea de nuestra propia muerte muchas veces nos petrifica, y nos obliga a aceptar cualquier condición de vida, con tal de evitar o aplazar el momento de la muerte. Esto produce el efecto de que le demos mayor importancia a la supervivencia que a la vida. Como dice el filósofo Byung-Chul Han, hemos construido una sociedad de supervivencia, en la que la buena vida, la importancia de vivir una vida digna de ser vivida, pasa a un segundo plano y pierde relevancia, ante la promesa de sobrevivir, de conservar la vida bajo cualquier circunstancia, sin importar si tenemos una buena vida.

El filósofo Tomas Hobbes, nos enseñó que es precisamente el miedo a la muerte violenta lo que nos obligó a construir nuestra sociedad. Muchas personas me han dicho que no le temen a la muerte, porque se imaginan una muerte tranquila, en cama, en casa, con su familia, despidiéndose y demás cosas que creemos necesitar para morir en paz; pero cuando les pregunto, ¿No te da miedo morir apuñalado, torturado, de hambre o de una terrible enfermedad?, la respuesta siempre es Sí. A la mayoría de las personas nos da miedo morir bajo circunstancias violentas.

Se supone que construimos una sociedad para poder reducir nuestros miedos y aumentar nuestra sensación de seguridad, que no es más que eso, una sensación, una ilusión, pues la seguridad no se puede garantizar; vivir, por definición, es peligroso. Se supone que los gobernantes tienen el papel de desarrollar políticas que incrementen nuestra sensación de seguridad e incrementar el estado de bienestar de la población, pero la historia nos ha demostrado que no es así. Los gobiernos y los medios de comunicación, han aprendido que, si manipulan esa supuesta sensación de seguridad, pueden manipular a poblaciones enteras. Han desarrollado una gran habilidad para hacer que concentremos nuestra atención en el peligro o riesgo que ellos quieran, porque, al fin y al cabo, todo puede representar un potencial riesgo para la vida, sólo depende de la narrativa que se haga sobre ello.

Desde hace muchos años, los gobiernos y los medios, nos manipulan dosificando nuestros miedos para que veamos como una amenaza lo que ellos deciden que es una amenaza para nosotros. Los medios de comunicación son quienes dibujan el rostro de nuestros enemigos.

El tiempo político y mediático condiciona la manera en que la sociedad percibe el riesgo, nos dicen en dónde debemos de poner la atención, de qué o quién debemos cuidarnos. Por ejemplo:

A veces, los migrantes son el enemigo. A veces son los negros y los indígenas, a veces son los pobres, a veces son los de derecha o los de izquierda, a veces los comunistas, las mujeres, los talibanes, los judíos, los chinos…los otros, cualquier otro, cualquier otredad puede ser un riesgo para mi, todo depende de la narrativa que se genere alrededor. En este caso, el enemigo es invisible, es un virus que no podemos ver. Los medios y los gobiernos manipulan la información estadística y científica para generar un discurso de miedo, en el que nos aterroricemos del otro, porque cualquier persona es un posible portador del virus, tu vecino, tu amigo, tu familia, son ahora quienes representan un riesgo. El otro es un contagio potencial, y esa, es precisamente, la afirmación que nos permite justificar la fractura de nuestras relaciones sociales.

Comienzan a aparecer las opiniones de los “expertos”, que imponen un discurso único de verdad, que convierten en incuestionable a través de la falacia de autoridad. Cualquiera que se atreva a cuestionar las declaraciones de los expertos es inmediatamente censurado y desacreditado, porque no es nadie para poder pensar, según dicen los expertos, y porque todo pensamiento alternativo estorba a la imposición de un pensamiento único.

Yo siempre he desconfiado de la figura de los expertos, y bueno, basta con hacer un poco de memoria, los expertos se han equivocado muchísimas veces. Por ejemplo, cuando los expertos afirmaban que las mujeres, por naturaleza, supuestamente somos más estúpidas que los hombres porque tenemos el cerebro más pequeño; bueno, resulta que es una afirmación falsa. O cuando los expertos descubrieron que la homosexualidad era una enfermedad mental que se curaba con electro shocks y otras terapias brutales, de nuevo, se equivocaron. Y así, podemos encontrar cientos de ejemplos.

A mí me parece relevante que, en México, las estadísticas siguen diciendo que es mucho más probable morir asesinado que de coronavirus, pero yo qué sé, yo no soy experta en nada. Sólo sé, que me da más miedo morir con lujo de violencia que morir de coronavirus.

Lo que sí me atrevería a afirmar, es que, si analizamos el discurso oficial que hay respecto al virus, si observamos la historia de nuestras sociedades, cómo se han implantado los modelos económicos, y tomamos en cuenta la vasta y enriquecedora información científica y humanista que no forma parte del discurso hegemónico, podemos afirmar que las decisiones políticas que han tomado los países que entraron en cuarentena, no están respaldadas por la lógica ni la ciencia, ni han sido tomadas con el objetivo de cuidar la vida, y esto no es algo poco común, ya ha pasado en la historia de la humanidad, aunque no nos guste recordarlo.

La historia nos ha demostrado que, por miedo a la muerte violenta, somos capaces de aceptar cualquier condición de vida y de reconocer a cualquiera como enemigo, con tal de tener una falsa sensación de seguridad, falsa porque la vida no es segura, siempre está latente el peligro de morir. Nuestras sociedades son testigos de cómo la manipulación mediática nos hace perder fácilmente la atención de lo importante y comenzamos a sentirnos agradecidos de tener las condiciones mínimas para sobrevivir, olvidando por completo lo que significa vivir o tener una vida digna.

Esta pandemia pone en juego la categorización de nuestros valores. Como sociedad que está viviendo el inicio de un shock social, económico y político, corremos el riesgo de aceptar voluntariamente que sobrevivir es lo más importante, sin importar las condiciones, lo cual antepondrá a la salud como el bien más preciado, y eso, justificará que todo lo demás pierda importancia: las relaciones amorosas, familiares, los amigos, los placeres, la naturaleza, la liberta y demás cosas lindas que tiene la vida, serán sacrificadas en nombre de la salud. O en palabras de Chul Han: “En nuestra histeria por sobrevivir, olvidamos por completo lo que significa la buena vida”.

La pregunta que nos deberíamos estar haciendo es ¿Qué tipo de vida podremos vivir si aceptamos perder todas nuestras libertades a nombre de la salud?, ¿para mí, qué significa la vida?, ¿Qué es más importante, la salud o la libertad?

Seguramente en este punto, muchas personas podríamos justificar el hecho de que aceptamos la cuarentena sin chistar porque se ofreció como una solución temporal, que iba a ser efectiva para acabar con la amenaza del virus. Es decir, lo aceptamos porque tiene una fecha de término. Nuestros políticos comenzaron diciendo que nos íbamos a recluir un mes, luego dos mese, ahora dan fechas indefinidas, en algunos lugares dicen que hasta diciembre, en otros dicen que dos años, etcétera. La realidad es que no tiene una fecha límite clara, puede ser aplazada de manera indefinida, y por ello, estamos obligados a pensar en los posibles escenarios: ¿y si no termina nunca?, ¿y si termina pero después viene otro virus más letal?, ¿estoy dispuesto a aceptar la cuarentena como forma de vida?, ¿puedo aceptar voluntariamente una forma de vida en la que se violan mis derechos humanos a nombre de la supervivencia?

Esta pandemia nos ha permitido darle la razón a Bataille: somos capaces de suspender nuestra vida con tal de creer en una promesa de un mejor porvenir. Sacrifícate hoy a nombre de un mejor futuro. El problema en general, es que ese futuro casi nuca llega, pues somos capaces de aplazar el futuro bienestar de manera indefinida. Por ejemplo, Bataille nos dice que a través del discurso aplazamos nuestra vida hacia el futuro de manera constante, y dejamos de ponerle atención al presente que vivimos. El ejemplo que todos tenemos a la mano es la promesa del éxito; una persona exitosa debe estar dispuesta a sacrificarlo todo para conseguir el éxito, no importa si sacrificas a tu familia, amigos, lealtades, tu salud, tus principios y demás cosas que nos hacen humanos: si quieres alcanzar el éxito, tienes que ir por él, sin importar a cuantos pises o destruyas para lograrlo; no mires el daño que haces y todo lo que te has privado de vivir, cuando llegues al éxito, tendrás tiempo para disfrutar la vida y el pasado no importará. La experiencia humana nos ha demostrado que esto es una gran mentira. Nuestros actos en cada momento importan y el éxito no es la realización de la vida.

Somos una sociedad acostumbrada a vivir la vida como un proyecto, esto quiere decir que fácilmente suspendemos todas las emociones y experiencias que vivimos en el presente, a cambio de la promesa de un futuro. Tenemos una predisposición discursiva (mental) para poder poner fácilmente nuestra vida en cuarentena.

Los discursos mediáticos con los que nos han bombardeado los últimos meses, tienen el tono de, ¡sacrifica tu vida y tus relaciones ahora! Suspéndelas para salvar tu vida y la de otros, para que en un futuro podamos volver a la normalidad.

Sin embargo, lo que estamos acostumbrados a llamar normalidad, es una crisis social, ecológica y económica terrible. El capitalismo en su forma neoliberal se ha dedicado a debilitar a los Estados, a minar su capacidad de respuesta ante situaciones de crisis. ¿Cómo podemos reaccionar adecuadamente ante una pandemia, si las instituciones de salud públicas están destrozadas?

Esa supuesta normalidad es la que preparó las condiciones de lo que hoy estamos viviendo como una crisis de salud mundial. La crisis ya estaba, esto, las medidas ineficientes, la desinformación científica y demás problemas que ha vuelto evidentes la pandemia, son producto de la crisis en la que vivíamos con normalidad, ¿de verdad queremos volver a esa normalidad?

No olvidemos que antes de la declaración mundial de la pandemia, en Francia había revueltas sociales, en China, los estudiantes protestaban contra el sistema de control social, que podría describirse como un totalitarismo digital. Chile era centro de la atención pública porque el ejercito disparaba a los ojos de los manifestantes, en Bolivia se dio un golpe de estado, en México, el movimiento feminista había inundado las calles en protesta contra los feminicidios y otras violencias. Esa era nuestra normalidad, no lo olvidemos.

Esa crisis a la que ahora nos gusta llamar normalidad, es la que ha provocado que la muerte y los virus ya no sean democráticos. En la pandemia hemos podido comprobar que primero se mueren los pobres, los negros, los indígenas, los migrantes, los que se ven obligados a decidir si mueren de virus o de hambre, y no tienen opción más que salir a trabajar. No todos estamos en igualdad de condiciones para poder resguardarnos de la misma manera.

Para quienes tenemos el privilegio de poder guardar en casa la cuarentena, nuestra nueva forma de vida provisional, nuestra vida de encierro, está preparando el terreno para nuestra futura forma de vida, algo que están llamando “nueva normalidad”. Si la idea de normalidad es aberrante, esta idea de “nueva normalidad” es escalofriante, indignante.


 

¿Qué nos espera en lo que llaman nueva normalidad?


Yo no puedo decirles cómo serán las cosas, no podemos predecir el futuro, pero sí podemos observar hacia dónde se están inclinando las cosas, hay luces muy claras con las que al menos podemos vislumbrar un panorama.

La acelerada digitalización de la sociedad, está abriendo paso a un régimen de vigilancia biopolítica, es decir, nuestros dispositivos digitales permiten la recopilación de datos privados de toda índole. Desde nuestra localización geográfica, hasta nuestras conversaciones íntimas.

Pesemos en esto por un momento.

Ahora, durante el encierro, durante esta cuarentena que lleva más de sesenta días, toda nuestra comunicación, todas nuestras relaciones íntimas están siendo mediadas por google, Facebook, twitter y demás compañías.

El comercio electrónico, según la revista Forbes, desde que la OMS declaró la pandemia, se ha incrementado entre un 50% y 70%, dependiendo del país. Esto quiere decir que nuestros hábitos de consumo también están siendo mediados por las grandes empresas de Sylicon Valley.

Nuestras relaciones laborales han migrado a la nube, ahora, los dueños de las nubes, poseen toda nuestra información laboral, nuestros proyectos, escritos, reuniones, presentaciones, conferencias, todo lo tienen a su disposición. Incluso, nuestros horarios laborales se han distendido, resulta que ahora trabajamos muchas más horas sin pedir paga por tiempo extra.

Cada vez realizamos más transacciones financieras por internet. Las criptomonedas cada vez se utilizan más; China acaba de lanzar su moneda digital que no dependerá del dólar.

Se discute si debemos virtualizar la educación por completo… en fin.

El mundo tiende hacia la digitalización. Como dijo Naomi Klein, esta cuarentena es como el sueño dorado de las empresas de Sylicon Valley: Un mundo en el que todo sea digitalizado, en el que todos trabajemos, estudiemos y convivamos de manera virtual, desde nuestra casa, sólo que en ese sueño, los repartidores serían robots y tendríamos autos inteligentes que se manejan solos, que decidirán por nosotros hacia qué destino queremos ir.

Esta aceleración de la digitalización, abre paso a la consolidación de la vigilancia biopolítica que, como dice Chul Han, no controlará solamente nuestro cuerpo (a dónde podemos ir, qué podemos consumir, cómo debemos lucir, etcétera), sino que también se monitoreará constantemente nuestra salud. Seremos objetos de vigilancia digital constante.

De hecho ya lo somos, solamente que nos vigilarán con mayor astucia e invasión en todos los ámbitos de nuestras vidas.

Por ello, es nuestra obligación pensar sobre el futuro que vaticinan estos tiempos, recuerden que la realidad siempre ha superado a la ficción.

Pero es importante que no pensemos todo de manera negativa, necesitamos ser más críticos y creativos que nunca, ¿qué podemos hacer ante un panorama tan incierto?

Quiero que cerremos este episodio reflexionando sobre algunas alternativas para poder pensar estos tiempos de pandemia:

1. Para enfrentar nuestro miedo a la muerte, podemos regresar a la vieja lección de los estoicos: Piensa que todos los días pueden ser el último de tu vida. Tener nuestra mortalidad siempre presente, nos obliga a poner nuestra atención en el día a día, porque el mañana es incierto, no sé si podré vivirlo, por lo tanto, me concentro en disfrutar el presente. Y bueno, vivir el día a día tampoco quiere decir que no tenemos que pensar en el futuro ni en las consecuencias de nuestros actos, pero sí quiere decir que la realización de nuestra vida no la podemos dejar para mañana, porque que las cosas importantes suceden en la vida cotidiana, no en el futuro.

2. Tenemos que perder el miedo a comunicarnos, a decir lo que pensamos, tenemos que perder el miedo al otro. Ahora consideramos como normal anteponer el bienestar propio. El individualismo egoísta que exacerba el capitalismo, es lo que nos ha permitido aceptar tan fácilmente la idea de cuarentena, porque ya estábamos aislados, ya habíamos fragmentado nuestras relaciones sociales. No dejemos que ese individualismo salvaje siga dominando nuestras relaciones. Sin los otros, nadie puede vivir. Mientras más aislados estemos, más vulnerables seremos.

3. Tenemos que re-significar nuestras relaciones, aprender a construir lo colectivo. El capitalismo nos individualiza, nos mantiene solos y asustados. La única manera de salir de esto bien parados es haciéndolo colectivamente. Tenemos que colectivizarnos en la crisis, compartirla y aprender a cuidarnos entre todos, inventar nuevas formas de cuidarnos entre todos.

La idea del cuidado, la acción de cuidar a alguien, es una idea que el capitalismo en su expresión patriarcal, desprecia profundamente. Se piensa que la figura del cuidador es débil; ejemplos sobran: las mujeres (el supuesto sexo débil) son las que cuidan, los enfermeros tienen menos prestigio que un médico: los doctores te curan, los enfermeros sólo te cuidan. La naturaleza social de ser humano implica el cuidado de otros. La antropóloga Margaret Mead, dice que nos convertimos en seres humanos cuando aprendimos a cuidar a otros, no a cuidar de nosotros mismos. Fuimos capaces de evolucionar como especie cuando entendimos que necesitamos de los otros para vivir bien, y no solamente para sobrevivir.

En el capitalismo salvaje en el que vivimos, estamos perdiendo la capacidad de cuidar de los otros, y no debemos olvidar, que cuidar a otros, es la esencia de lo que nos hace humanos.

4. Y, por último, pero no menos importante, debemos siempre de dudar del discurso mediático, de la narrativa que hacen los medios oficiales sobre lo que está pasando, hoy y siempre. Hay que tomar con pinzas los discursos de “los expertos” y ser críticos con ellos, para no caer en la falacia de autoridad, es de vital importancia, tomar en nuestras manos la investigación y el análisis de la información.

Bueno, hasta aquí dejaremos este episodio, solamente me queda por decirles que, cuando perdemos el miedo, no hay ninguna amenaza que pueda hacernos actuar en contra de nuestra voluntad.

Yo soy Aralia Valdés y fue un placer estar con ustedes, no olviden escribirme sus comentarios (hola@araliavaldes.com.mx) y compartirme en sus redes.

Hasta la próxima.

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